El memorioso Córdova

@GabyRuizMx

Fue otro día de viaje en el autobús. El Memorioso Córdova me pidió apoyarse en mi brazo para sentarse en el asiento de al lado. Yo no suelo hablar con extraños pero hoy hice una excepción. Había visto temprano por la mañana, una reseña de alguna nueva película. Se trataba de una historia protagonizada por cuatro veteranos de guerra, ancianos vehementes, los últimos de su especie. Uno de ellos contaba: ―La joven me explicó como a un niño. Mañana deberá hacer dos cosas a la vez, caminar y hablar.

Me gusta conversar. Es mi pasatiempo. Me gusta conversar con la gente del autobús. Más que nada con quienes tienen el mismo aspecto que yo: zapatos gastados, levita, algo de cabello peinado, siempre ojos adormilados. Pero Córdova me abordó a mí. ¡No sé que me vio! Me dijo con seguridad: ―Si usted me confía el nombre, su edad y fecha de nacimiento, en cien años todavía estará aquí. La recordaré.

La idea me sorprendió, no lo niego. Una especie de Funes, sentado junto a mí. Le pregunté con entusiasmo: ―¿Dónde estaba usted el día que ocurrió el terremoto de Ambato? Mi abuela recuerda mucho el terremoto de Ambato que se sintió hasta Quito. ¿Dónde estaba usted ese día?

―Yo soy quiteño. Me aclaró primeramente. ―El día que el terremoto de Ambato ocurrió fue un viernes 5 de agosto de 1949, a las dos y 5 de la tarde, yo vivía en la calle Ambato, en el centro histórico. Yo era un niño de nueve años. Las dos muchachas que ayudaban con la limpieza de casa, baldeaban los pisos. Mi madre me dijo que no tuviera miedo.

Yo sonreí diciéndole que él fue un niño que sintió el terremoto de Ambato en la calle Ambato, a sus nueve años y no tuvo miedo. Pude haberle preguntado una que otra tontería, creo que sobre la Guerra del Cenepa (1995) pero rectifiqué preguntando: ―¿Qué otra cosa recuerda con frecuencia?

―Un X, X, de 1967. El día en que me casé.
Perdonen ustedes, la X reemplaza a los datos precisos. Es que yo tengo una pésima memoria y no puedo ahora mismo recordar el día y el mes referidos. 

―Una salida al antiguo Teatro de Variedades, hoy Teatro Ernesto Albán, cambió por completo― siguió contándome. ―Le propuse a ella: ¿Que tal sin en lugar de ir al teatro vamos al registro civil? Lo pensó dos minutos. Y así fue que me casé, y cada quien para su casa.

―Tengo dos hijos. ―Me dijo sacando una agenda de cubierta negra del bolsillo de su levita. La foto de sus dos hijos enmarcaba la imagen de su esposa. Continuó contándome: ―Fuimos a dejarla a ese viaje largo al que todos estamos destinados. De eso ya son 12 años. Ahora está en el cementerio de San Diego. Pero yo lo que pido es que me cremen y mis cenizas las echen en el río Pisque cerca de Guayllabamba.

No conozco ese río. ¡Todo lo que me he perdido! Me recriminaba yo misma.
―¿Por qué en ese río? ¿Por algo en especial?
―Solamente porque está cerca y es el más caudaloso.

Ese río nace en el noreste de la hoya de Guayllabamba, avanza hacia el oeste y recibe las aguas de los ríos Granobles y Guachalá. Cerca de la vía Cayambe-Cusubamba.

―¿Le gustan los tangos?, me preguntó.
― ¡Claro que sí! ―respondí. ―Pero ¿por qué tangos y no pasillos?― Comentario obviamente devenido del "nacionalismo metodológico" ¡Qué digo! De lo que creo yo que tenemos en común.
―Yo viví en Argentina. Estudié en el Instituto de Música Popular. ―Me dice volviendo a sacar su agenda y mostrándome la foto de su hija. ―¿Cómo cree que se llama?
―¡Argentina!― dije casi completando el mensaje que adiviné en sus ojos.

Y esa atmósfera ordinaria del autobús de pronto se transforma y él se vuelve un gotán en cuanto empieza a declamar:

Soy
el tango milongón
nacido en los suburbios
malevos y turbios.

Hoy,
que estoy en el salón,
me saben amansado,
dulzón y cansado.

Pa' qué creer,
pa' qué mentir
que estoy cambiado,
si soy el mismo de ayer.



Si pudiera colocar la música para el día de su boda, él habría elegido "Almas blanquitas", un tango que después busqué y no encontré. Él mismo lo cantaría. Ése es Vladimiro Córdova, el gotán memorioso, el cantante de tango que regresó a Ecuador para enamorarse. Córdova de memoria prodigiosa porque recuerda lo que le ha hecho vivir. 

Yo me bajaba del autobús en la próxima estación frente al cine. El memorioso sentenció la despedida repitiendo: ―Si usted me confía el nombre, su edad y fecha de nacimiento, en cien años todavía estará aquí. La recordaré. 

Le escribo este texto a él para que ustedes no olviden al 'viejo'. Como yo no quiero olvidar a mi abuela, como yo espero compartir un día lo vivido.

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