The Pigeon

(...)Casi había puesto el pie en el umbral, ya lo había levantado, era el izquierdo, la pierna estaba a punto de dar el paso... cuando lo vio. Se hallaba sentada ante su puerta, apenas a veinte centímetros del umbral, bajo el pálido reflejo de la luz matutina que entraba por la ventana. Acurrucada, con los pies rojo, parecidos a garras, sobre las baldosas grandes del pasillo y el plumaje liso de tono gris pizarra: la paloma.


Patrick Süskind. (Marzo de 1994),
La Paloma. Editorial. Biblioteca de Bolsillo.
España. Págs. 17 - 19
Tenía la cabeza ladeada y miraba emboba a Jonathan con el ojo izquierdo. Este ojo, un disco pequeño y redondo, marrón con un punto negro en el centro, era terrible de ver. Como un botón cosido al plumaje de la cabeza, sin cejas, sin pestañas, totalmente desnudo, descarado y saltón, estaba abierto de un modo monstruoso, aunque había al mismo tiempo cierta astucia disimulada en el ojo, que daba la impresión, también, de no estar abierto ni entornado, sino de carecer simplemente de vida, como la lente de una cámara que absorbe toda la luz exterior y no refleja nada de su interior. En este ojo no había ningún brillo, ningún centello, ni una sola chispa de vida. Era un ojo sin mirada. Y estaba clavado en Jonathan.

Tuvo un susto de muerte... así habría descrito con posteridad el momento, pero sin ser exacto, porque el susto llegó después. Experimentó más bien un asombro de muerte. Durante cinco o diez segundos tal vez —a él se le antojó una eternidad— permaneció con la mano en el pomo y el pie levantado, como congelado sobre el umbral de su puerta, sin poder retroceder ni avanzar. Entonces se produjo un pequeño movimiento. Ya fuera porque la paloma se apoyó sobre el otro pie o porque sólo se esponjó un poco, la cuestión es que una pequeña sacudida recorrió su cuerpo y al mismo tiempo se cerraron sobre su ojo dos párpados, uno desde abajo y otro desde arriba, que en realidad no eran párpados, sino más bien una especie de trampa de goma que, como dos labios surgidos de la nada, se tragaron el ojo. Por un momento desapareció. Y ahora fue cuando Jonathan se estremeció por el susto y sus cabellos se erizaron de puro terror. Entró en su habitación de un salto y cerró la puerta antes de que el ojo de la paloma volviera a abrirse. (...)


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