Unas necesarias palabras editoriales


(...)Norteamericano de la diáspora, viviendo durante años y años fuera de su país en Europa, en África del Norte —no debe de dejarse de lado la consideración mercantilista de los puntos de aprovisionamiento de estupefacientes—, en México, hasta en España ocasionalmente —el cariño de Burroughs por el castellano se descubre en todas sus obras en que aparecen frases breves, y mal construidas a veces, en nuestro idioma— y Sudamérica, es un precursor de esa misma diáspora, en alarmante crecimiento, que va llenando de conciudadanos suyos Marruecos, Turquía, India y Nepal  Afganistán y Formentera y Amsterdam y las islas griegas, Ibiza, San Miguel de Allende, en México, y el mundo. No hay Beat Generation, tan sólo amigos —y amantes— pero son amigos que han formado una generación y dado paso a otras que les sigue, más o menos. Un resultado; el resto, ¿qué más dá?

David Bowie and William Burroughs 

La literatura “atonal y aleatoria” de William Burroughs es ante todo una literatura, una escritura de experimentación. Trabajando, colaborando, fundándose en los montajes de su amigo Brion Gysin, pintor y escritor casi sin obras publicadas (The Process, Cape, Londres 1970 como muestra), desarrolla, más a partir de Naked Lunch que en ésta, un trabajo que él considera de recopilador y constructor más que de verdadero creador. Es, desde luego, absolutamente imposible estar de acuerdo con este supuesto porque su escritura alcanza unos grados de originalidad y diferencia que no pueden, ni por modestia, rebajarse a ese nivel. ¿Qué quedaría entonces de los trabajos de Lewis, a caballo ente literatura o sociología, o de las novelas de la “generación perdida”? ¿De James Agee? ¿Sherood Anderson? Casi opuestos. 


Tomando textos propios, escritos de otros autores que, por cualquier razón, servían o llamaban su atención, de la prensa y, sobre todo, grabando conversaciones, escenas de calle, acontecimientos, en un magnetófono, Burroughs va construyendo sus narraciones, encabalgándolas en unas ideas y personajes que se repiten en un libro tras otro, casi siempre sin tan siquiera variar de nombres ni caracterización, hasta frases —“we like appple-pie and we like each other”, como docenas de otras, aparece Naked Lunch (1959), en esta Last Words… (1970) y en otros textos—, formando un extraño bloque compacto de eres e instituciones permanentes y variables al tiempo que se conectan unas y unos con otros y otras en varios planos simultáneos y ni siquiera lineales, difíciles de seguir en coordenadas tradicionales pero que se visualizan un poco a la manera de superposiciones cinematográficas sonoras. 

Esta voluntad de ser un magnetófono es sobres todo, eso: voluntad, y los resultados no se aproximan a los conseguidos por otros autores que han usado el sistema —bien con el aparato mismo, bien con notas tomadas ocasionalmente o memorizadas— para lograr una reproducción de la realidad. Cuando Daniel Odier le pregunta sobre estos temas (Evergreen, entrevista citada de junio de 1969 luego aparecida como libro en francés —París, Belfond, 1969— e inglés —The Job, Londres, Cape, 1970— y que se rumorea que va a aparecer en España, lo que sería una más que importante contribución a esta bibliografía “burroughsiana”), se clarifica lo que tratamos de exponer de pasada: 



“Sólo puedo contestar esa pregunta diciendo que cuando dije eso iba quizás un poco lejos. Uno trata de no imponer una historia, trama o continuidad artificial, pero hay que componer los materiales; no se puede dejar caer un mejunje de notas y pensamientos y consideraciones y esperar que la gente lo lea. Así que me retractaré de lo que dije entonces. No es verdad, sencillamente.” 
“Escribe usted: ‘Soy un magnetófono… trato de no imponer una ‘historia’, trama, o continuidad’. ¿Es eso posible?” y la respuesta. 
El trabajo de construcción, elaboración y disposición del material, el collage, es consciente, pleno, y con una voluntad predeterminada, como de hecho lo es cualquier obra resultante de un esfuerzo, incluso, diríamos, en casos de escritura automática, que se quiere inconsciente pero precisa del esfuerzo de colocar una palabra tras otra, difícilmente al ritmo que se piensa —o se delira, si se prefiere. Es muy difícil explicar a un escritor en unas pocas páginas y no vamos a caer en la pedantería de pretenderlo aquí, nos limitamos a añadir notas a una lectura que, aunque difícil, es de las pocas que en verdad hacen rentable el esfuerzo.

The Last words of Dutch Schultz
William Burroughs (1970). Págs. 8 -10

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