Por eso me gustan las rosas amarillas
Contraportada de "El amor en los tiempos del cólera". Editorial Oveja Negra (1985), 1ra edición. |
Empecé
la lectura con el cuento de El ahogado más hermoso del mundo. No tengo la habilidad o la obsesión de
recordar “literalmente” cada texto pero guardo algunas imágenes poéticas.
A la
única pelea de gallos que he podido asistir fue a alguna que encontré en los
relatos de García Márquez porque
aquellos animales me producen tal pavor que, sólo en la lectura, podía verlos
volar y despojarse de su violencia. Pero
debo confesar que fue esa fobia la que me detuvo y por la cual abandoné esa
historia del coronel, que se sintió puro, y explícito, y nunca llegué al
segundo en que pronunció: -mierda.
Fue
realmente difícil finalizar el recorrido de las estaciones hasta El otoño del
Patriarca, y ojalá llegara para siempre el ocaso del tirano latinoamericano. La
escena en la que un apio y una adolescente se humedecen con el olor de un
paisaje cercano, el olor de lo cotidiano, como si le pudiera pasar a uno todo
aquello como viajar en el buque preso de la cólera o del amor, como ser el
fruto del amor.
Entonces cuando llegué al capítulo del enamorado que dejó de
sentir hambre, encontré que a mí también me gustaban las rosas amarillas. Ya
les había dicho que no tengo recuerdos textuales sino sensoriales:
Yo
recuerdo a una abuela desalmada gritando en el boulevard 24 de mayo, la inolvidable, la interpretación de
esta Eréndira cándida en medio de las ruborizadas trabajadoras de la eterna primavera y de los arranchadores del histórico centro.