Yesterday

Por @GabyRuizMx

Los hombres somos siempre así, cobardes. Me doy cuenta que ha regresado, no desde el más allá como yo deseaba sino desde “el recuerdo intenso de un nombre olvidado”. Un par de ocasiones coincidimos, nos saludamos en esa calle sin salida que es la memoria. Ella fue el “ojalá” que esquivé entre los inviernos esquizofrénicos de Quito.


'kissing sailor'
No la había visto hace años pero sabía que hoy la podría encontrar en el viejo Yesterday donde nos entregamos a un remoto romance. Hacía calor. Venía envuelta en colores verdes caminando hacia mí que estoy de luto, sin saber que le tendí una trampa. Aparecí sin más. Y aunque pudo dar un paso a un lado por gentileza me saludó. —¿Cómo estás? —Me preguntó.

—Estoy cansado de las despedidas. Pensaba yo. No la había visto hace años de tan cerca pero en ese instante empezaba a sentirme un adolescente excitado. El tiempo había robustecido sus curvas y sus encantos. — Bien. Me da gusto verte.

A Yesterday, nuestro lugar de neutralidad, llegamos cada quien por su cuenta. En el trayecto hasta allí, en el transcurso de estos años, yo la había desvelado durante algunas noches o por lo menos a sus recuerdos: Germinaba de la bahía de su ombligo guiado por su lunar parpadeante. En su horizonte me sonreían también sus ojos. Ella los cerraba. Y de nuevo yo estaba en los espejos de su deseo.

La vida en Yesterday fue apacible al menos por diez años. Yo había continuado con mi plan maestro de procurar olvidarla en cada una de las miserables criaturas con las que hice el amor. El amor, ese ritual simétrico de sexo acordado, violento y desprendido. Una maravilla porque conseguí desterrar el impulso primario de querer reproducirme contigo hasta que te hicieras una dentro de mí. Varias fueron mis compañeras. Ni siquiera tuve que pensar que podía salir de ahí. Pero después de tanto amor, me alcanzó un cansancio lleno de nostalgia…

Libros, canciones, la isla de tu desprecio. Te habías enamorado de un hombre ficcionado. El que yo te narré, el que yo te ofrecí y al que adoraste. No hizo falta correr las cortinas. La distancia nos descobijó. —¿Quieres tomar un café? —Le propuse. Pensar en que todo podría volverse a repetir y que poco a poco yo sería el brillo de sus ojos y la miel dulce de sus senos. Esperaba su respuesta mirando su boca conjurando los verbos que transforman el aire y el tiempo. —Por favor, acepta. —Le dije deseando que me permitiera reaparecer en su vida.

Me interrogó: —¿Estás listo para decirme tu nombre?

Alcancé a titubear. —Quiero que sepas… —Eso es precisamente lo que no diré. Me despido en la vereda de atrás prometiendo no volver. Ella está segura de que es la última vez y no ve necesario decirme “adiós”. —¿Eres un demonio? ¡No! Eres sólo un hombre que tiene todos los demonios dentro. —Habrá pensado ella. Me mira y me desnuda. Me niego a sentir el grito pero sé que nunca se vuelve.

Yo maldigo el día en que te conocí. Te maldigo por aparecer en mis sueños, y por sacarme de Yesterday.

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