Red


No hay de qué, Nocturna,
te agradezco.

Van pasando
las sombras y sus hijas menores,
aves a quienes dió un puntapié la brisa.
El soñoliento párpado del alba
espiando los encajes de la ola.
Y yo, por qué he bajado,
si no es el día, aún tu falda.

Me ha desollado el páramo tan todo
con su silbo de solo, que no quería
nadie abrazarme, sino mi piel.
Algo es algo, ¿no te parece?
así fuera la mía, gris.

Yo te quisiera diaria, te quisiera costumbre, 
amanecer sobre tus peces aunque me huyen
a cumplir su asamblea, entre tus algas
dulces ferruginosas, y todo tu perfume
abierto.

No hay de qué. Pero regreso 
a mi niebla puntiaguda, a mi trabajo.
A la arena pídele mi primer paso, resúmenes
de lo que no sabes, como a un cartero. Me
conoce
por el pobre caer y el levantarme tanto.

Jorge Enrique Adoum (Ambato, 1926 / Quito, 2009, Ecuador)

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